domingo, 4 de mayo de 2008

Amor de hijos

Cuando nací mi madre no guardó el cordón umbilical. Ella siempre me dijo que me caí de su barriga. En avanzado estado de gestación fregaba un suelo de baldosa Macael como se fregaba antes, arrodillada sobre una esponja rodillera y además solía ser un suelo que nunca era el suyo. Cuando mamá, en esas reuniones familiares nos contaba como nació cada uno de sus seis hijos, siempre que llegaba el turno del quinto decía que yo me caí. Tampoco mamá guardaba ropita de bebé, esa ropita, como las zapatillas, como los vaqueros, como la sortija, la pulsera y la cadena de oro con un colgante de la Virgen de los Desamparados que eran un bien común familiar, pasaban de generación en generación cuando cada uno de nosotros hacía la primera comunión y como bién común familiar existe, nunca personalizado. La ropa hacía el ciclo familiar completo. Tampoco guardó las ruedas pequeñas de la bicicleta cuando dí el paso de cuatro a dos ruedas, por que cuando tuve mi primera bicicleta ya contaba doce años.Ni las piedras o conchas de a playa que mi hermano pequeño y yo cojíamos en el Saler, ni los primeros juguetes que los Reyes Magos nos trajeron, por que mamá era persona muy ocupada para preocuparse de eso, y es que sacar sola a seis hijos adelante, llevarlos los Domingos de punta en blanco y con su ralla al lado y lucirlos con orgullo materno de paseo, le importaba mucho más que esos pequeños recuerdos. Si era una gran fotógrafa, le encantaba fotografiarnos a todos juntos casi cada semana.
A mamá la recuerdo siempre ocupada, vigorosa, madrugadora, vital, procupada por nosotros,sin perder detalle de ninguno, y acompañada de su zapatilla, encargada de poner órden cuando los pequeños nos pasábamos de vueltas con nuestras trastadas. Era tan diestra con su zapatilla cuando el nano y yo nos pasábamos, como cariñosa cada vez que nos acostaba, siempre he pensado que si el zapatilling hubiera sido deporte olimpico mamá acumularía más de una medalla, y si el cariño tuviera alguna medida, mamá también hubiera roto ese medidor, aunque fuera de la forja más dura del mundo.
Tengo miles de cosas que agradecer a mamá, miles de imborrables recuerdos basados en el esfuerzo, el tesón y trabajo de una persona, ella misma, la adquisición de unos valores que sólo se aprenden en la escuela de la vida.
Le debo tambien el día más penoso de mi vida, el día que se fué al cielo de las madres buenas, y el segundo día más penoso de mi vida, aquel en que un juez la inhabilitó por Alzeimer y no reconoció a ninguno de ss hijos al pasar el tribunal médico, pero después de aquello aún pudímos disfrutarla durante mucho tiempo, de otra manera, cuando cojía con las palmas de la mano mi cara y la acariciaba mirando al vacío, cuando se comía a besos a sus nietas con esa manera de besar que a mi madre, no se le había olvidado a pesar de la enfermedad.
Hoy, día de la madre, ella tenía que estar aquí, ágil, vigorosa y en el cielo de las mamás más mejores y cariñosas del mundo.
Felicidades, mamá.
Espero que no halla en el cielo de las mamis Angeles revoltosos que den trabajo a tu zapatilla.

1 comentario:

Helter dijo...

Qué voy a estar llorando, es que se me ha metido el dedo en el ojo.